La confusión se apoderó del parque. La madre, a duras penas conteniendo el llanto, reprochaba amargamente a su marido el que éste cediera siempre ante los caprichos del niño. El padre, cabizbajo, aguantaba estoicamente la perorata de su esposa. El primogénito observaba como su hermanito, asido de un globo desproporcionadamente grande para su tamaño, se iba rápidamente elevando. El policía, pistola en mano, esperaba impacientemente una decición para actuar. Pero ¿qué hacer? Si no disparaba, el niño se perdería irremediablemente en algún lugar de la estratosfera, pero si se decidía a hacer fuego... Finalmente, el abuelo, en un arrebato de casta de viejo coronel, y ante la pasividad general, decidió: Mejor un muerto en la familia que un desaparecido. Y dio orden de disparar. El globo reventó con un seco ruido apenas perceptible. Segundos después el niño regresaba, estrellándose contra el adoquinado.
Mamá, muerta, estaba verdaderamente hermosa. En tiempos
mejores le había prometido el más grande funeral.
Ahora, la falta de efectivo no iba a cambiar esa
promesa.
Limpié la sangre del cuchillo y salí rápidamente para
asaltar la droguería de la esquina.
- Y entonces la princesa y el príncipe...
El asesino esperó a que la abuela terminara el cuento.
José regaló a los pastores los presentes de los Reyes Magos. Los pastores tampoco supieron qué hacer con ellos.
Le habían asegurado que la Sagrada Imagen retornaría el movimiento al brazo paralizado y la señora tenía mucha fe. ¡Lo que no consigue la fe! La señora entró temblando en la misteriosa cueva y fue tan intensa su emoción que enmudeció para siempre. Del brazo no curó porque era incurable.