ROMANCE DE LA PENA NEGRA
F. Garc�a Lorca

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
-Soledad, �por qui�n preguntas
sin compa�ia y a estas horas?
-Pregunte por quien pregunte,
dime: �a ti qu�se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegr�a y mi persona.
-Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
-No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

-�Soledad, qu� pena tienes!
�Qu� pena tan lastimosa!
Lloras zumo de lim�n
agrio de espera y de boca.
-�Qu� pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
�Qu� pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
�Ay, mis camisas de hilo!
�Ay, mis muslos de amapola!
-Soledad, lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu coraz�n
en paz, Soledad Montoya

O

Por abajo canta el r�o:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
�Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
�Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

EL NI�O YUNTERO
Miguel Hern�ndez

Carne de yugo, ha nacido
m�s humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiercol puro y vivo
de vacas, trae la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus a�os no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bru�ido, 
con una ambici�n de muerte
despedaza un pan re�ido.

Cada nuevo d�a es
m�s ra�z, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como ra�z se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este ni�o hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y preguntar con los ojos
que por qu� es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

�Qui�n salvar� a este chiquillo
menor que un grano de avena?
�De d�nde saldr� el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del coraz�n
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido ni�os yunteros.
DESPUES DEL AMOR
Miguel Hern�ndez

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro,
en lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en m� tampoco.
El odio aguarda un instante
dentro del carb�n m�s hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, p�lido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.
Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un d�a triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde m� hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.
Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.
Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.
Cuerpos como un mar voraz,
entrechocando, furioso.
Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, sordos.
En el coraz�n arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin campa�a quedan
como en el agua, en el fondo.
S�lo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompa�a y hace ir
igual que el cuello a los hombros.
S�lo una voz me arrebata
este armaz�n espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.
Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el coraz�n permanece
fresco en su c�rcel de agosto,
porque esa voz es el alma
m�s tierra de los arroyos.
"Mi fiel: me acuerdo de ti
despu�s del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sue�o amoroso."
Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edific�ndome, dicta
una verdad como un soplo.
Despu�s del amor, la tierra.
Despu�s de la tierra, todo.




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